miércoles, 19 de enero de 2011

Recuerdos del Parque de las Palomas


A Alba. Gracias por tan hermoso arte.

- Quiero que me recuerde feliz. Nada de llantos ni esa mierda. Quiero que cuando cierre los ojos y me recuerde, sólo recuerde que la pasamos muy bien, de maravilla. Quiero que cuando las vea diga: "Recuerdo ese día en el Parque de las Palomas. Fue el mejor día de mi vida". Haz que se vea hermosa, pero natural. Retrata la risa, que parezca que nos oyes reir. ¿Entiendes? Si se le sale una que otra lágrima cuando las vea, no importa, pero que recuerde que reímos mucho. ¿Lo puedes hacer?

- Por supuesto Don José. Nos vemos mañana en la fuente del Paseo de la Princesa a las 10:00 am.

Sólo le quedaban tres meses de vida y de esos sólo uno fuera del hospital y las máquinas y las camillas y los intentos de resucitarlo y las vísperas de muertes y las lágrimas de todos y las preocupaciones de una nieta que dejaba atrás sin entender morir. Lo único que quiso fue que la fotógrafa revelara el recuerdo más hermoso del abuelo y la niña lo conservaría con el más tierno cuidado por el resto de su vida.

sábado, 29 de noviembre de 2008

NEGA QUIÉ BAILÁ





Azotá, azotá
di que nega quié bailá
Amo blanco ejtá furioso
por que nega quié bailá

Nega no es vaga ni ociosa
ella sabe trabajá
Pasa que nega no se conforma
con lo que amo blanco le da

Amo blanco dice que él es mejó
que si trabaja no le falta ná
pero nega no se conforma
porque nega quié bailá

Dicen que nega es libertina
por que nega quié estudiá
quié ejcribí cuentos
pa' enseñajle a sociedá

Los negos to's sabemoj
nuestro pasado ancestral
sabemos a quien rezamos
yo le rezo a Yemayá

Protégeme gran protectora
yo te doy con humildá
melones, melao', melaza
todo es tuyo Yemayá

Aquí te decimos virgen
Virgen de Regla es Yemayá
Madre del agua y la luna
Pa’ ti quiero bailá

Llévame lejos de azotes
nega no quié sufir má
Que no me duelan las carnes
Llévame lejos Yemayá

Amo blanco está furioso
Por que nega no llora má
Yemayá se la llevó en una nube
Nega ahora sí pué bailá

lunes, 15 de septiembre de 2008

ALCOHOL, CIGARRILLOS, PASIÓN


Esa noche no quería regresar a su departamento. Había estado trabajando muy duro en su nuevo proyecto de telecomunicaciones, que estaba aproximándose la fecha de implantación, por esto le estaban presionando por todos lados: su jefe, el departamento de mercadeo, los accionistas, los miembros de la junta y su equipo de trabajo. Llevaba nueve meses trabajando duro y esa noche no quería trabajar más. Habló con algunos amigos y decidieron ir a un bar no muy lejos de su trabajo. Era muy tarde, un poco más de media noche. Durante el día había llovido y por unos instantes se distrajo observando el reflejo de las luces de los postes y semáforos en el pavimento mojado; parecían señalarle el camino a su destino, similar a las luces en los pasillos de los aviones que indican la salida en caso de emergencia. Concibió entonces esta noche como su salida en caso de emergencia: despojo total de responsabilidades y ofuscaciones laborales comunicativas.



Llegó al bar y aterrizó en la barra. Pidió el trago que concibió mejor merecido para una noche larga como aquella: “Un whisky en las rocas, por favor.” Luego de pronunciarlo vino a su mente el caluroso sabor del licor y lo añoró como quien añora la cama, la almohada y las frisas al tener un sueño ensordecedor. Se volteó a mirar si sus amigos habían llegado y los encontró en una mesa de billar riendo. Dio gracias a Dios como quien recibe un milagro limosnero. Luego, a saludarse como es de costumbre entre los hombres: dándose la mano y halándose a un abrazo, con alguno que otro cabrón, papi y demás expresiones andro-pueblerinas. Se sienta en un stool cerca de una de las mesas y comienza a relajarse. Algunos tragos, chistes, risas después el momento llama para un cigarrillo. Sale del bar a la acera y enciende su palillo de relajación. Cada inhalación tiene la facultad de restaurar una onza de paz en aquel cuerpo agotado. Ese cigarrillo representa la verdadera decisión de “no voy más”, el merecido descanso, la mandá pa'l carajo al jefe con tó'.


De repente mientras sacude las cenizas, mira a la derecha y topa su mirada con una mujer. Es joven, de cabellos rizados cortos. Sus ojos café son redondos, algo pequeños pero su mirada es fija, algo tierna y seductora a la vez. Su nariz un poco chata, pero sus labios carnosos inspiran un inexplicable deseo de besarlos. Sus mejillas rosadas contrastaban juguetonamente con la blancura de su piel. Su figura era impresionante: pechos grandes, cintura pequeña, caderas amplias y zocos por piernas. Llevaba una blusa negra ligera y unos mahones apretados; y estaba parada sobre unos tacones negros que le añadían dos pulgadas adicionales de estatura. ¿Quién es esa mujer? Nunca la había visto allí antes. Mientras se preguntaba la procedencia de ese misterio, notó que ella había fijado su mirada en él. La comunicación no verbal había comenzado. Entre cada halón de humo de sus respectivos cigarrillos, se orquestaban las miradas que gritaban el deseo de cruzar el abismo a la palabra hablada. Ella hablaba con unas amigas y logró alcanzar escuchar su risa: quedó fascinado.


Luego que terminaron sus cigarrillos regresaron al bar. Ella se despedía de sus amigas que habían terminado la juerga nocturna. Él sabía que esta era su única oportunidad antes que ella también emprendiera su camino.


- ¿Quieres algo de tomar?- preguntó algo tímido, pero haciendo el mayor esfuerzo para que ella no lo notara.


- No, gracias.


- En serio, lo que gustes.- Con un último desespero para que ella dijera que sí.


- Está bien, una cerveza, por favor.


Esta parecía ser su noche de suerte. Fue a la barra y pidió una Medalla. Ella lo siguió unos breves minutos después de despedirse de la última amiga. Se sentó con él en la barra y comenzó la conversación de temas usuales: ¿Cómo te llamas? ¿Estudias o trabajas? ¿Dónde? ¿Qué? ¿De qué pueblo eres? ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre? Blah, blah, blah... Es necesario hacer este carrusel de preguntas según las reglas sociales del “levante” en una barra. Cuando el lugar estuvo por cerrar, decidieron ir a un colmado y continuar la colorida conversación desde allí. Una cerveza, unos temas de conversación, más cigarrillos y entonces un beso. Un beso tan dulce que emanaba un sabor a frutas, tan delicioso y tierno que sólo es comparable con almohadines de plumas y sedas o dulces pulposas fresas y mangos. Los besos se volvieron tan intensos que él no tuvo reparos en anunciar que su departamento estaba a una cuadra de aquel lugar. Ella lo miró sorprendida. Él temió ser muy apresurado. Ella reflejaba desconcierto en sus ojos. Él tembló.



Esa noche ella había salido con unas amigas, entre ellas su ex pareja. La ruptura entre las dos había sido muy reciente y estaban trabajando muy forzadamente para tener al menos una amistad luego de una relación llena de vivencias que había durado casi cuatro años. No sólo eso, sino que habían pasado muchos años sin que ella saliera sólo a divertirse y además había perdido muchas libras de peso a raíz de numerosos cambios en su vida y quería, con toda la intención, lucir su nueva figura al mundo y en especial a su ex. Cuando se fijó que él la observaba no lo podía creer: hacía mucho tiempo que nadie la miraba y aunque luego de la separación había tenido encuentros casuales con diablos conocidos, delante de ella había un diablo por conocer. Era delgado, alto, muy guapo. Su mirada misteriosa la cautivó desde el principio. Lo observó pausado, calmo, discreto. Alcanzó verle sonreír y fijó su mirada en aquellos labios que invitaban a la curiosidad de un beso; cabellera corta, oscura y una barba tímida que adornaba su mentón. Fue muy difícil realizar el coqueteo con su ex presente, después de todo tenía corazón; pero, pudo lograr su objetivo y conseguir que el desconocido le brindara una cerveza. Irremediablemente su pasada pareja se percató de toda la movida y salió muy molesta, pero no le dio importancia: esa noche se iba a dar un gusto, como quien rompe una dieta devorando un pedazo de flan luego de comer lechuga invariablemente por meses. Así fue como ahora ella estaba besando a un hombre con labios de algodón frente a un colmado mientras ponderaba si aceptaría su invitación a su departamento.



Muy velozmente se dirigieron al lugar. Torpemente alcanzaron la puerta y con gran cautela subieron las escaleras que llevaban a la habitación entre la penumbra. Los besos y las caricias no escasearon, las prendas de vestir volaron por doquier, la pasión se elevaba. Ella le maravillaba cómo él la tocaba como si adivinara sus pensamientos: cada beso, cada dedo, cada palma, cada rincón de piel justo donde y cuando ella lo quería. Él disfrutaba la suavidad de su piel, la pasión en sus besos, los susurros desesperados. A veces parecía gracioso como sus cuerpos desconocidos debían danzar hasta encontrar el acomodo perfecto, pero una vez alcanzado sólo quedaban suspiros y gemidos. La cama rechinaba, el gavetero los golpeaba, la luna los iluminaba, la calle estaba en silencio. Alcanzaron el placer varias veces; aún habiendo sido vencidos por el sueño, despertaron sólo para reanudar la candela. Era una noche de olvidos y recuerdos, de pasiones y desvelo, de alcohol y cigarrillos, de besos y caricias, de locura y cordura: era la noche nocturna.



Mas llegó el día y el sol arruinaba la obra magistral de la noche trayendo a la mente de los amantes la memoria y la responsabilidad. Ella, pasada la madrugada, cual sombra sigilosa, se escurrió de las cobijas del amante con sólo el recuerdo de su perfume y la sensación inolvidable de sus tiernos besos. Él despertó con la remembranza de aquellos rizos entre sus dedos y el calor del cuerpo de aquella mujer. Una noche, una barra, un encuentro casual: misión cumplida.

lunes, 25 de agosto de 2008

EL CAMINO DE LOS RECUERDOS



-¡Qué gorda estoy!


-Te ves bien.

-Tú siempre mirándome con los ojos del alma. Soy tan lucky de tenerte comigo. No sé cómo puedes hacer el amor conmigo aunque esté tan gorda. A la verdad que tienes que amarme. ¡Ja, ja, ja!

Siempre que hacían el amor era la misma cantaleta. Jorge ya estaba un poco cansado, por supuesto que su esposa había aumentado algunas libras, pero él también. Es algo dado del matrimonio aumentar unas cuarenta libras, al menos eso es lo que dice la gente en la calle. Linette hacía todo un espectáculo diariamente de lo gorda que estaba, de lo mucho que los embarazos habían afectado su pequeña figura y de cómo no podía creer que Jorge estuviera con ella a pesar de ello. Jorge la quería con todo su corazón, era la madre de sus hijos, ¡por Dios! No entendía su necesidad de repetirlo tantas veces y mucho más cuando hacían el amor.

- ¿Será que ella cree que sentiré lástima por dejarla si me lo repite tantas veces? Está loca si cree que está funcionando; ya hasta se me quitan las ganas de hacerlo pensando que cuando terminemos en vez de besos y caricias me toca la jodía cantaleta esa.

- No te preocupes, Jorge, yo me imagino que eso es algo que le da a todas las mujeres. Ya me tocará con Sharon después que para.

- Disfrútate la luna de miel, Edgardito, que lo que viene después es miel-da. ¡Ja, ja, ja!

- Oye, ¿sabes con quien hablé hace unos días? Con Violeta; ¿te acuerdas de ella?

- ¡Diablo mano sí!

Jorge recordaba a Violeta muy bien. Hace unos seis años trabajaron juntos en una obra teatral. Ella era asistente de vestuario y él utilero. En realidad a él no la atraía Violeta, pensaba que era una chica ordinaria, una nerd; pero era muy educada y agradable, no le pesaba hablar con ella. El día del estreno de la obra, Violeta se arregló como nunca. Era la primera vez que trabajaría en una obra real y no una producción de escuela secundaria. Recién se había graduado del cuarto año de escuela superior y para el trabajo final de la clase de inglés había dirigido una versión escolar de un musical de Broadway. Aunque había trabajado muy duro para el musical, no se comparaba con la emoción de trabajar en una verdadera obra teatral. Esa noche cuando entró por el pasillo del teatro apenas la reconocieron. Llevaba su larga cabellera de rizos suelta, vestida toda de negro contrastando con la blancura de su rostro. Logró impresionarlos, pues tanto Jorge como Edgardo trabajaron con la utilería. Inicialmente, había sido Edgardo quien hizo el acercamiento para salir con ella y durante la duración de la producción tuvieron una pequeña aventura, pero, como todo romance de verano, terminó. Por alguna extraña razón, que tanto Violeta como Jorge desconocen, ellos continuaron hablando. Con las conversaciones telefónicas despertaron pasiones que pudieron controlar por muy poco tiempo: Con un beso confirmaron su temida atracción y vino acompañado de la conciencia, la culpa y el temor. Resolvieron nunca hablarse más y así pasó el tiempo, pero Jorge pensaba en ella de vez en cuando y ella pensaba en él alguna que otra vez.

El que su hermano le hubiese dicho que había hablado con Violeta despertó en Jorge unas extrañas emociones. Esa noche no pudo pegar ojo; se acostó mirando el techo y recordando la exuberante risa de Violeta, sus conversaciones, lo hermoso que cantaba, en fin, todo aquello que le llamó la atención desde el principio. Se preguntó si luego de tantos años todavía lo recordaba, si recordaba aquel torpe beso que se dieron frente a la playa, si era la misma y, si no lo era, qué habría cambiado. Trató de dormir, pero no pudo dejar de pensar en ella. La siguiente mañana le pidió a Edgardo el número telefónico de Violeta.

- ¡Diablo! ¿Y pa qué tu lo quieres, ah?

- Loco, sólo quiero saludarla; no pienses mal.

- Bueno, te lo voy a dar, pero si te pregunta no le digas que fui yo.

- No creo que sea tan pendeja.

Ahora sí que los nervios lo tenían mal. Apenas pudo guardar el número de lo mucho que le temblaban las manos. Tuvo que aprenderlo de memoria para guardarlo luego de terminar de hablar con Edgardo y poder hacerlo con calma.

- ¿La llamo hoy o espero hasta mañana? ¿Qué hora es?

Miró el reloj y eran las 8:13 de la noche.

- No es ni muy tarde ni muy temprano. Creo que la puedo llamar, ¿o no?

Titubeó varias veces, pero tomó su teléfono y la llamó.

- Hello... Hola... No escucho; llame de nuevo.

¡Qué tonto! Tenía que llamar nuevamente, pues si ella le llamaba de vuelta se daría cuenta que no tuvo el valor para contestarle.

- Hello...

- Hello. ¿Violeta?

- Sí. ¿Quién habla?

- Es Jorge, el hermano de Edgardo.

- ¡No puede ser! ¿Cómo estás? Tanto tiempo... ¿Tus nenes están bien? ¿Tu esposa?

- Todos bien acá, ¿y tú?

- Muy bien gracias a Dios. Estoy terminando mis estudios, ahora vivo con mi papá y trabajando. ¡Qué maravilla saber de ti! Oye, me encantaría verte para hablar. Tenemos mucho que contarnos. ¿Qué te parece mañana?

Violeta es demasiado rápida. ¿Sería prudente verla? Bueno, quizás ya ella no se sienta atraída por él. Quizás eso sólo fue un sentimiento fugaz de dos niños. Además, él estaba muy feliz con Linette y no tenía necesidad de serle infiel ni nada por el estilo. ¿Que daño podría hacerle ver a Violeta? No es que irían a un lugar secreto y privado, al menos de eso sí se aseguraría.

- Bien, claro... No vemos mañana como a las 6:00 de la tarde.

- Perfecto, tengo clases hasta las 5:30, así que puedo llegar a cualquier punto en media hora.

- Pues nos veremos en la cafetería que está en la Avenida Universidad.

- Ah, claro... Donde siempre... ¡Ciao!

Al otro día al salir del trabajo llamó a Linette y le dijo que saldría con sus compañeros de trabajo a tomar algunas cervezas.

- Pero, ¿qué hago? ¿Por qué le miento a mi esposa si nada malo va a suceder? Bueno, a lo hecho, pecho.

Se despidió de Linette y tomó el tren hasta la universidad. Hacía mucho tiempo que no pasaba por allí. Habían cambiado muchas cosas, pero el café seguía allí: lleno, como siempre. Entre la multitud de estudiantes filósofos del presente, hablantes de la cultura, la situación social, los gobernantes y las sociedades modernas, vistiendo un traje púrpura con zapatos rojos y accesorios del mismo color, en una mesa de esquina estaba Violeta leyendo unos papeles de su carpeta azul. Estaba más llenita que la última vez que la vio, pero su sonrisa era igual a como la recordaba. Ella levantó la mirada justo a tiempo para verlo caminando hacia ella y sonrió con emoción. Violeta había aprendido a respetar lo ajeno, pero no podía evitar sentir fuertes emociones al ver a Jorge porque lo estimaba con el alma.

- Ven, siéntate. ¿Te pido un café o un refresco?

- No, gracias; ya mismo lo hago. ¿Y qué? ¿Qué cuentas?

- ¡Ay, mijo! Han pasado tantas cosas en estos años que tendré que hacer el súper resumen para que te enteres.

- Tiempo hay.

Violeta le contó de como había vivido con un novio al cual calificó como un artista bohemio enfermo. Él le era infiel todo el tiempo y ella sufría por amarlo. Le contó de cómo decidió dejarlo y regresó a vivir con su padre; de cómo había tenido que pasar hambre y trabajo para poder vivir en las condiciones que aquél hombre la tuvo. En fin, parecía ser toda una heroína, pues logró retomar sus estudios y estaba por completarlos. Jorge le contó de lo mucho que se disfrutaba sus niños; de cómo le hicieron gerente en la compañía para la cual trabajó siempre. Le contó que había comprado una casa y que todo le iba bien, gracias a Dios.

Las horas fueron pasando y la conversación parecía eterna. Había tanto que decir, tanto que contar, tanto que recordar. Violeta se reía en el alto volumen de siempre y Jorge reía de su risa. Aquél sentimiento de satisfacción y complacencia que regía su amistad fue llegando y reconquistando su antiguo reino. Violeta temía que despertaran las emociones y los sentimientos que una vez Jorge le inspiró; y Jorge temía no poder evitar el deseo de abrazarla por un largo rato. Entonces, como era de esperarse, Violeta desgarró el velo de la cortesía.


- ¿Que tal si nos vamos de aquí? Hay mucha gente y mucho ruido. ¿Quieres ir a nuestra playa?

- Vamos.

Lo dijo con tanta certeza que él mismo sintió temor de lo que podría pasar.

Emprendieron el camino hacia San Juan. Ella ofreció llevar su auto por aquello de economizar gasolina. Llegaron al estacionamiento y tardaron un poco en abrir las puertas. Los arropó un breve silencio que parecía eterno. Jorge abrió la puerta y salió del auto primero, mientras Violeta demoró recogiendo su cartera. Caminaron por una corta vereda que llevaba a unos banquillos frente al mar. Era su lugar preferido. Continuaron la conversación donde la habían dejado en el café, como si hubiesen llegado a aquel lugar teletransportados y el tiempo no hubiese pausado. Jorge miró a Violeta a los ojos en un momento dado luego de concluida una de sus estruendosas risas. No pudo frenarse, no pudo detener su impulso y la besó. Violeta correspondió el beso con su máximo intento de ternura. Ella deseaba tanto revivir ese momento, no pudo evitar su reacción.


Un tierno beso se convirtió en otro lleno de pasiones, las pasiones en deseos y antes de poder pensar se abrazaban intensamente.

- Vamos a mi casa.

- Espera. ¿Estás loca? ¡Tu papá vive ahí!

- Está en un viaje de negocios y no regresará hasta el sábado.

Titubeó, lo pensó, vaciló, pero al final accedió. No reconocía la persona que actuaba allí. Era otro hombre. Olvidó sus responsabilidades, olvidó su esposa, recordó el beso, la cantaleta de Linette, lo mucho que disfrutaba de la risa de Violeta: todo aquello vino sobre él.

Torpemente entraron por la puerta de la casa; entre besos y caricias subieron las escaleras que llevaban a la habitación de Violeta. Al entrar Jorge se maravilló era inmensa, llena de libros y cuadros; era un espacio dedicado a la exaltación de las artes; un espacio digno para Violeta. Se arrojaron sobre la cama y de prisa se desvistieron. Era una locura total. No podían detenerse. Hicieron el amor tan apasionadamente, que destellaban luces de sus cuerpos. ¿Cómo no haberlo hecho antes?

Luego del éxtasis, mientras fumaban en silencio un cigarrillo, el teléfono de Jorge timbró. Era Linette, estaba preocupada porque se había demorado más de lo usual y quería asegurarse que todo estuviera bien. La culpa ocupó el espacio del deseo, de las risas y del éxtasis. Jorge no pudo evitar llorar de lo avergonzado que se sentía. Violeta tomó una sábana y cubrió su cuerpo desnudo. Tal como Adán y Eva cubrieron sus cuerpos una vez comieron del fruto del árbol prohibido, así también apresuradamente se cubrieron ambos con las sábanas.

- Ya, no llores. Fue mi culpa. Me iré del cuarto para que te vistas. Esperaré abajo en el carro para llevarte a la estación del tren.

¿Por qué algo tan maravilloso se sentía tan mal? ¿Por qué no podía disfrutar al máximo el flujo de energías y pasiones que sintió con Violeta? Ah, por que no somos dueños del tiempo, por que somos víctimas de nuestras decisiones, por que no destinamos el destino.

Jorge tomó el tren de regreso a su auto. Mientras conducía, lloraba amargamente. ¿Cómo enfrentar ahora a su familia? Había traicionado la confianza de la mujer que más le amaba. Al llegar a su casa, se acostó en su cama, al lado de su esposa. Linette puso su brazo sobre el pecho de su adorado. Él besó su mano, volteó su cabeza y le susurró en el oído un “te amo”. Ella sonrió y le preguntó:

- ¿Cómo puedes amar a esta gorda?

Él pensó:

- ¿Cómo la puedo amar? Violeta...

sábado, 3 de mayo de 2008

LA ESPERANZA DE NICOLASA


Nicolasa caminó despacio por su nueva casa de dos aguas. Miró los palos de gandules que tenía a la parte de atrás y sonrió con ternura: al fin había logrado obtener su libertad. Hacía mucho tiempo que soñaba con salir de la casa de la señora y mucho trabajo le costó reunir todo el dinero que tenía con el fin de comprar su libertad. Se privó en ocasiones de comer para poder guardar dinero, pues no importaba cuanta hambre sintiera no se atrevía a robar ni un bocado, líbrela Dios y los santos que lo acompañan en los cielos de tal fechoría.

Recordó como cuando niña su madre fue vendida en la plaza pública para que trabajase en la Hacienda Miraflores y sirviera a la señorita, en aquel entonces, Ana Julia. Ante los gritos y las súplicas de la madre, la señora de la casa aceptó comprar a su hija también con la condición que cuando hubiese alcanzado los cinco años de edad sirviera en la cocina asistiendo a Yuya. Ana Julia fue una joven dulce con Nicolasa y su madre, pero su hermana menor, Josefina, atormentaba a la pobre Nicolasa día y noche. Una tarde de verano, luego que el tutor se marchara, Josefina fue a la cocina y robó dos pelotones de melao del frasco que se hallaba sobre la mesa. Cuando Yuya entró y vio que le faltaba azúcar, fue donde Nicolasa y le preguntó muy enfadada si ella los había tomado. Nicolasa nunca se atrevería a tomar algo que no le perteneciera, pero Yuya viéndola tan pequeña pensó que mentía. Agarró la correa del difunto señor de la casa y le pegó diez correazos a Nicolasa, cinco por cada pelotón de melao que faltaba en el frasco. Le advirtió que si alguna vez osaba en robar de nuevo, le cortaría las manos. Mientras, Josefina observó todo desde el patio a través de la ventana que daba a la cocina y se burló tan cruelmente de la pobre Nicolasa, que sentía dolores en su abdomen de tanto reírse.

Cuando la madre de Nicolasa se enteró de la golpiza que había recibido su pequeña, fue hasta el árbol de mangó que ubicaba en el patio trasero de la casa. Cautelosamente, extrajo de un panal que descansaba en la axila de una rama una miel muy espesa. Esperó silenciosamente que llegara la noche y que la oscuridad ocultara su negro cuerpo; vertió la miel sobre los pies de Yuya. Lentamente mientras Yuya dormía, subían por las orillas de su colchón las hormigas y se colaban entre las hojas de las palmas secas que le servían de techo los moscos. La robusta Yuya, aunque dormida, se revolcaba en la cama sintiendo una piquiña en los pies, pero no fue hasta la mañana que vio como sus pies estaban llenos de erupciones y salpullido. Aún quedaban hormigas sobre sus cobijas y muy rápido adivinó lo que había pasado. Para la desgracia de Yuya, no quedaba miel en sus pies y no tenía nada que inculpara a la madre de Nicolasa, sólo admitir que había golpeado injustamente a la niña y eso le traería más problemas que soluciones, puesto que ningún esclavo ni miembro de la servidumbre podía malograr las propiedades del amo, incluyéndose a ellos mismos.

Cuando la señora de la casa murió, sus propiedades fueron repartidas entre sus dos hijas. Ana Julia se quedó con la madre de Nicolasa, pero su hija pasó a ser propiedad de Josefina y su desdicha fue grande pues la señorita la trataba con odio y le llenaba los días de angustia. La señorita había crecido fea y ningún hombre la quería tomar por esposa. Además de la casa, no tenía ninguna propiedad pues la hacienda le pertenecía a Ana Julia y a su esposo. Una noche Josefina debía asistir a un baile que se celebraría en la casa del alcalde del pueblo. Nicolasa estuvo toda la mañana preparando el ajuar y puliendo las alhajas que Josefina había seleccionado para esa noche. En la tarde había llovido y la entrada a la casa estaba enlodada. No hizo Josefina más que bajar el escalón del portal y un tropezón la llevó de golpe al lodo. Todo el esfuerzo de Nicolasa quedó arruinado y la furia de la señorita fue una incontrolable. Agarró a Nicolasa por sus cabellos y la arrastró hasta su recámara. Gritando con histeria le pegó dos bofetones a Nicolasa reclamándole el no haber cuidado sus pisadas, hizo que la desvistiera y fuera inmediatamente al pozo a buscar agua para lavar el vestido. Nicolasa estuvo dos días sin comer como castigo impuesto por Josefina.

Años más tarde un hombre mulato y liberto llamado Amós comenzó a rondar a Nicolasa. Amós era un hombre muy trabajador y con mucho esfuerzo, él y sus hermanos habían cultivado un conuco con plátanos, yuca y otras hortalizas que vendían en el mercado del pueblo. La madre de Nicolasa llegó a conocerle antes de morir y soñó que Josefina permitiera que su hija se casara con Amós y éste comprara su libertad. ¡Ah!, pero la señorita era muy celosa y posesiva; no podría permitir que se le escapara Nicolasa. Una noche que Amós pasó por la casa a dejar algunos víveres de regalo a Nicolasa, la señorita agarró el rifle de cacería de su cuñado y le pegó un tiro a Amós. No llegó a matarle por falta de destreza, pero alcanzó su pierna derecha. Le gritaba mientras éste agonizaba en el suelo que si regresaba a la casa, le acusaba de ladrón para que se lo llevaran las autoridades. Nicolasa, iracunda, fue corriendo con la intención de agarrar a su ama por las greñas aunque esto le costara la vida, pero la dama de compañía de la señorita la detuvo. Amós se arrastró hasta la calle y allí aguardó que sus hermanos lo recogieran. Nicolasa estuvo encerrada en su cuarto con fiebres durante cuatro días y tan pronto se repuso un poco, Josefina la mandó a llamar y la obligó a que lavara todos sus vestidos, aún los que estaban limpios, y que brillara todos sus botines.

Nicolasa pensó en muchas ocasiones envenenar la comida de su ama o la infusión de hierbas que debía llevarle en las noches para que ésta pudiera conciliar el sueño. Imaginó a la señorita acostándose a dormir y no despertando jamás, pero su corazón no era tan duro como para realizar pecado tan inmenso. El temor de Dios que se le había inculcado en aquella casa le hacía rogar el perdón de Jesús por llevar en su corazón esos perversos deseos.

Cuando ya parecía que Josefina fuese a vestir santos, llegó a la vida de la familia el joven Gonzalo de la Vega. Era muy ordinario y pesaba más que un buey; sin embargo, tenía una pequeña hacienda cerca de San Fernando de la Carolina y no había ningún otro pretendiente en lista por Josefina. Se celebraron las bodas: el gordote y la fea se juraron amor eterno. Josefina y Nicolasa se trasladaron a la hacienda del nuevo señor. Gonzalo era un hombre malvado con sus esclavos y abusaba de su poder. Creía que todo cuanto habitaba en la hacienda era de su propiedad y que disponía de ello como quisiera. La noche de su cumpleaños, luego de haberse embriagado con sus amigos con ron cañete, llegó a la hacienda y entrando a los bohíos de las esclavas, agarró a Nicolasa y la llevó a empujones hasta la orilla del río que llamaban el de Loaiza. Allí la desvistió y tomó por suya la virginidad de la sierva de su esposa. Nicolasa le empujó, lo mordió y alcanzó a darle varios golpes, pero de nada le sirvió. Gonzalo era muy pesado y Nicolasa no podía quitárselo de encima. Cuando terminó su crueldad, le escupió la cara a la esclava y le ordenó que se levantara y lo bañara en el río para que le quitara su suciedad. Nicolasa, temiendo por su vida le obedeció, pero lloró amargamente durante muchos días.

Al cabo de pocas semanas comenzó a sentir mareos y una de las esclavas, al notar sus síntomas advirtió que Nicolasa esperaba un hijo. Cuando ella supo de las sospechas de su compañera golpeó su vientre con sus puños queriendo expulsar de sí el fruto de su desgracia, mas no lo logró. Meses más tarde dio a luz un niño mulato-claro al que dio por nombre Jesús, pues al hijo de Dios le atribuía las fuerzas adquiridas para sobrellevar sus cargas. Gonzalo supo del nacimiento de su hijo bastardo y pidió a Josefina que vendiera a Nicolasa y a su hijo a otra casa, pero Josefina se aferraba a Nicolasa como si ésta tuviera el secreto de la vida y la juventud. Una tarde, mientras Nicolasa amamantaba a su hijo, Josefina la fue a buscar. Nunca había visto al niño hasta ese día. Cuando lo vio en manos de Nicolasa, notó que el niño tenía en su muslo izquierdo un lunar rojo igual que su marido. Supo al instante que ese hijo no era de algún esclavo como había supuesto desde el principio. Sintió como se aceleraba su corazón y un sudor frío comenzó a bajar por su frente. Le arrebató a Nicolasa el niño y fue corriendo hacia la casa. Nicolasa temiendo que su ama fuese a matar a su hijo corrió tras ella, pero apenas la alcanzaba. Nicolasa entró al estudio donde se encontraba su marido organizando las cuentas de la hacienda. Colocó al niño sobre el escritorio de majó y fue hasta su marido, le bajó los pantalones y los calzones para comparar los lunares: eran idénticos. Josefina sintió tanta rabia y se descontroló a tal punto que perdió la noción de la realidad y en un arrebato de furia cayó al piso revolcándose como lo hacían los cerdos de los hatos.

Habiéndole dado un calmante el doctor, Josefina se halló en la cama adormecida por el medicamento. Gonzalo, temiendo que su esposa lo arruinara, le ofreció a Nicolasa su libertad y la de su hijo a cambio de todo lo que tenía ahorrado. Nicolasa, siendo astuta, le dijo que le daría 10 pesetas por su libertad y el resto lo usaría para comprar una casa para ella y su hijo. Gonzalo en su desesperación accedió al trato. Mandó a buscar una carreta y ordenó que llevaran a Nicolasa al pueblo.

Ahora, en su casa caminando por el pequeño patio sembrado con gandules, Nicolasa sonreía pensando en que todos sus martirios y toda su desdicha había terminado. Era libre de vivir con su hijo algo de paz. Entonces volteó la vista hacia la calle, escuchaba unos pasos lentos aproximarse a su casita. Justo cuando pensó que su felicidad había llegado a la cúspide, Amós venía a visitarle.

lunes, 17 de marzo de 2008

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!


Ella lo llamó hoy como de costumbre por ser su cumpleaños. Lo había llamado todos sus cumpleaños desde que se conocieron nueve años atrás. Era la misma llamada de siempre, deseándole un feliz cumpleaños, preguntándole cómo le iban las cosas, pregunta también por su familia y su trabajo, él pregunta lo mismo y luego cuelga. Todos los años dicen lo mismo y callan lo mismo. Se extrañan, les cuesta reconocerlo, pero se extrañan. Cuando se conocieron ella tenía 15 años y él 19. Eran dos adolescentes queriendo creer en el amor. Hablaban hasta muy tarde en la noche y en ocasiones hasta la madrugada. Eran un buen par, todos lo decían. Se complementaban tan perfectamente: ella entendía su carater y él el de ella. Fueron de todo: novios, amigos, amantes, enemigos, en fin se quisieron y se odiaron por muchos años, pero curiosamente nunca intimaron. Ella recordaba como en una ocasión le llevó una serenata y él le pidió que fuera su novia. Al otro día, él desapareció de la faz de la Tierra y no fue hasta meses después que llamó como si nada hubiese pasado. Recordó la vez que él estuvo en el hospital porque se le había puesto el pulmón como una pasa por no haber estornudado bien. Recordó todo, como siempre lo hacía antes de llamarlo el día de su cumpleaños.


Ella llevaba algunos años en una relación; casi el mismo tiempo de la vez que él se cayó del andamio que utilizaba para limpiar los aviones en el aereopuerto de París. Le había costado mucho aceptar que él estaría tan lejos, pero luego de algún tiempo ella logró rehacer su vida y él marchar con la suya. Entonces ella se enamoró de una mujer con la que llevaba algunos años. Se amaban con locura, pero una vez al año, el día de su cumpleaños, lo extrañaba.


Esta vez fue diferente, ella lo presintió cuando lo llamó en dos ocasiones y él no contestó. Sintió temor, como cuando le van a anunciar a uno que va a morir. Se sintió nerviosa y luego del segundo intento de conseguirlo, le dio una fuerte jaqueca. "Algo está mal", decía para sí; pero no podría manifestarlo sin que su pareja lo notara. Él llamó de vuelta. "Feliz cumpleaños", le dijo antes que él saludara. Las acostumbradas gracias siguieron aquel incómodo exabrupto. Luego de las acostumbradas cordialidades él interrumpe como un fuerte viento de tormenta tropical que antecede el huracán: "Tengo mucho que contarte". Ella sintió el frío temor subirle por los pies y llegar hasta la ahora temblorosa mano que sostenía el teléfono. "Me casé el mes pasado". La respiración se detuvo momentáneamente. "¿Y ahora qué se supone que diga?" No había mucho tiempo para pensar, había que hablar lo antes posible... "Wow, felicitaciones..." ¡Qué hipócrita! "Todavía hay más." No tenía que anunciarlo, ya ella sabía lo que seguía. Si el hecho que él se hubiera casado era cual candado que se cerraba, lo que seguía era tirar la llave de ese candado. "No me digas. ¿Vas a ser papá?" Eso mismo era lo que iba a decirle, no se necesitaba ser adivino para predecir la fatídica noticia: lo perdió para siempre.


El día de su cumpleaños era el único momento en el que ella albergaba la posibilidad de que en otro mundo o en otra vida se encontraran nuevamente y se amaran como lo había soñado desde su adolescencia. Pensó que según ella lo ideaba, estarían juntos, que ese era su destino. En realidad, ese fue su destino, pero ese destino murió meses atrás y ella nunca lo supo porque sólo le hablaba el día de su cumpleaños. Parte de ella murió ahí, en esa llamada, en ese cumpleaños. Lo que recordaba de su adolescencia quedaba en esa llamada y más nunca habría de visitarlo, soñarlo ni añorarlo. Ya nunca más lo podría extrañar. Pensó derrepente ser su amante cuando visitara su país, pero rápido supo lo ridículo que sería y lo injusto que era para su amada.


La llamada acabó más rápido de lo usual. Era incómodo hablar las horas que solían hacerlo, pues ahora él era esposo de alguien y futuro padre de otro. Fue el noveno y último cumpleaños que lo llamó, fue el día que verdaderamente rompió con él, fue el día que lo dejó. Eran un buen par, todos lo decían... Eran un buen par.

viernes, 15 de febrero de 2008

SOMBRA Y TACONES



Había comprado ese día una nueva sombra para sus párpados. Anduvo todo el Paseo de Diego en Río Piedras con su mejor amiga, una muchacha gordita que había conocido en la universidad. Por alguna razón social, aún desconocida para los estudiosos, muchas gorditas tienen un amigo gay. Él no estaba muy seguro si el color iba con su traje verde, pero la gordita le dijo que era idéntico, y en el fondo su ella lo decía también. El traje verde tenía una corta cola atrás y le recordaba a los trajes que usan las bailadoras de flamenco e inmediatamente se transportaba a su sueño de ser Isabel Pantoja imginándose en su traje verde. Tenía los tacones rojos perfectos para el traje y tenía una peluca que pensaba usar con una peineta roja que le había conseguido precisamente la gordita en el baúl de su abuela española. Todo estaba listo pero faltaba la sombra que buscó en el centro comercial y no encontró; pero, en aquella calle constituida por tiendas olvidadas pero muy famosas en el antaño y harta de baratijas, cualquer mujer podría conseguir lo que necesitaba para existir.

Esa noche no cantaría una canción de la Pantoja, había preparado un espectáculo con una canción de Rosario Flores que se llamaba "Ese Beso". Esa canción era muy sencilla pero le recordaba a un amor que una vez tuvo y nunca olvidaba. "Ese hombre era tan caballeroso y sutil, que el día que me lo metió por primera vez, yo ni me di cuenta hasta que estaba ensaltao' y gozando." Luego de bañarse y aún desnudo, comenzó a colocar sus cosas sobre la cama: el traje, las medias pantijous, los súper aretes gigantescos y el collar de pelotitas rojas de madera pintada. Todo estaba perfecto y eso lo llenaba de calma, pues por herencia de su madre tenía una tendencia compulsiva a la preparación con antelación. Luego de esconder su encanto entre sus piernas y pincharlo con una faja muy versátil que también escondía su vientre poco pronunciado, se sentó frente al espejo de su gavetero y comenzó la transformación. Sacó la recién adquirida sombra y la puso en la superficie de la coqueta. "¡Pero si la gordis tenía razón, es el mismo condenao' verde!" Con una brocha profesional aplicó suavemente la sombra verde en sus párpados y luego la difuminó con una azul turquesa que le roncaba la manigueta. Esa sombra turquesa la consiguió a través de una muchacha que había conocido también en la universidad de la cual estaba eternamente agradecido por haberle conseguido una copia de la producción de Dayanara Torres, former Miss Universe, orgullo puertorriqueño, ex-punching bag de idolatrado cantante de salsa y la mujer más hermosa sobre la faz de la Tierra. Era loc@ con la canción de las gafas oscuras. La sombra turquesa coordinaba perfectamente con la verde y sabía que cuando se trepara en aquella tarima aquellas locas iban a gritar de envidia. Miró por un instante las notas que había preparado para su examen de humanidades, asegurando mantener su enorgullecedor promedio de 3.85, y que repasaba mientras esperaba que se secara el esmalte rojo en sus uñas. "Tanto joderme pintándomelas pa' total quitármelo el domingo." Al momento de ponerse el rimel se fijó que no estaba sobre el gavetero; buscó en el bolso de maquillajes, en la primera gaveta, en la mochila de la universidad y entonces como una revelación del espíritu santo recordó que su madre lo había tomado prestado el día anterior. "Años de educación y experiencia, pero parece que se le olvidó cómo poner las cosas en su lugar." Bien, ahora faltaba el blush color cobre que adornaba sus mejillas trigueñas dándole un aspecto bronce/dorado que la hacían ver como una reina. Pintó sus labios de rojo-puta-pasión, se puso el traje verde-Adela, se colocó la peluca, le enganchó la peineta, agarró los aretes y el collar de pelotitas de madera pintadas de rojo. El paso final y definitivo estaba esperándola. Miró aquellos tacones rojos: eran hermosos. Siempre pensó que lo que hacía tan maravilloso ser mujer era ponerse tacones. "¡Qué bueno que mido 5' 10"!" Se sentía como una niña repitiendo en su mente como cantando: "Tacas, tacas, tacas..." Lentamente deslizó sus pies cubiertos por la sedosa pantijous, ocupándose de sentir como poco a poco asendía como lo hicieron Jesús y María al cielo, hombre y mujer: divinos iguales. Aquellos tacones la hacían ser y hacer lo inimaginable, lo que el mundo llamaba imposible, abominable, repudiable, vergonzoso: "¡Ay, que se jodan!"

Se levanta de frente al espejo una mujer hermosa de cabello negro y largo adornado con una peineta roja de la abuela española, con una sombra verde de mujer que camina y busca para existir, con un traje de bailadora de flamenco, con orgullo de puertorriqueña abatida pero indiscutiblemente bella entre todas las mujeres del universo, con tacones rojos; se levanta frente al espejo una mujer feliz.

sábado, 9 de febrero de 2008

PINTÓ


Había olvidado que debía llorar amargamente en el entierro de su padre. Veía a su madre y su hermana llorando y se dio cuenta que ella aún no había comenzado a hacerlo. Pensó hacerlo en ese momento pero ya había pasado un rato y los invitados notarían que no era sincero. Además, su madre y su hermana estaban haciendo un excelente trabajo con sus llantos y no necesitarían el de ella. Resolvió quedarse mirando al espacio y parecer que estuviera desquiciada. Había tenido una vez un amante que la llevaba a ver películas de drama muy tristes a ver si lloraba pero nunca lo logró. De pronto la consoló la idea de que quizás la gente no la juzgara por no llorar, pues era muy sabido que ella no lo hacía. Permaneció mirando el féretro, la inmensa caja, la grama verde alrededor del hueco, las flores, la lápida; todo esto acompañado de llantos y murmullos. Le pareció todo tan surreal que sintió un imparable deseo de salir corriendo de aquel lugar. Al principio lo vio como algo tan impropio que abandonó su deseo por unos segundos, pero al fin y al cabo no pudo contenerlo y comenzó lentamente a rodear un lado de la tumba y continuó caminando directamente a su auto y salió del cementerio.

El día estaba muy soleado y hacía un calor infernal. Recordó el cliché del día lluvioso usual cuando entierran a alguien significativo en las películas y series televisivas. El entierro de su padre se celebraba en un día hermoso de marzo y no había llovido nada. Pensó para sí que era perfecto que su padre hubiese muerto sin dramatismos algunos, sin lluvia, sin ella llorando desconsoladamente y sonrió al recordar que se había ido sin mediar palabra con nadie. Para ella, él no merecía ni una lágrima y sabía que debía estar revolcándose en su tumba al ver que el mundo continuaba sin él, que ella continuaba sin él.

Llamó a su novio, que no fue al entierro porque odiaba a su padre, le contó de cómo escapó aquel delirio. Él no lo podía creer, fue tan simple y tan fácil que parecía un mal chiste. Quedó en recogerlo para ir a dar una vuelta, el día estaba sensacional y no había razón para desperdiciarlo, pensó. Fueron a dar un paseo por las playas de Piñones; comieron frituras, tomaron agua de coco fría y luego compraron algunas cervezas que llevaron hasta la orilla de la playa donde se sentaron a ver el mar.

Ella le comentó de cómo habían tantos padres infelices como el de ella y de cómo sus hijas debían tolerarlo y sufrir, mas sin embargo ella había logrado liberarse de él y no sentía nada de dolor, sino un creciente estado de alegría y pensó que terminaría el día a carcajadas por aquello de sentir que el pecho se le inflaba de felicidad. Él escuchaba atenta y silenciosamente todo lo que ella decía. Sabía que ella necesitaba ese espacio en donde le guardara luto a la maldad de su padre; ese regocijo era su manera de hacerlo.

Intentó buscar en su memoria algún momento feliz que hubiera compartido con su padre, para no sentirse mal por sentirse bien, pero no logró encontrarlo y dijo: "La razón de su existencia era la creación de la nuestra", refiriéndose a ella y su hermana. Se levantó de la arena y le dijo a su novio: "Quiero pintar". Se montaron en el auto y condujeron hasta la casa donde se hospedaba mientras estudiaba en la Universidad. Bajó con sus pinceles, pinturas y un canvas. "¿A donde vamos?", preguntó él. "Al sur", le contestó. Así emprendieron camino y llegaron a Guánica. Tomaron la ruta al Bosque Seco y se dispuso a pintar un paraje seco y vacío para representar la aportación de su padre a las vidas de sus hijas. Se burlaba de todo lo pasado: del accidente, de su rostro ensangrentado, de su dolor físico y su mirada de perdedor, de haber sido vencido, de no poder hacer más daño. Pensó en el fin y en el principio, pensó en la guerra y en la paz, pensó en la desesperanza y la nueva esperanza. No había angustia ni temor, sólo había la esperanza de comenzar de nuevo, de saber que hay algo más allá del desierto: montes verdes, ríos, ciudades y luego el mar.

Miró la tierra seca, dio una carcajada y pintó.

EL CAMINANTE





Una vez caminé mucho por la isla. Me dio algo en el pecho que no podía controlar y comencé a caminar como el personaje de la película americana, Forest Gump. Pero no tenía deseos de correr porque no le estaba huyendo a nada y tampoco estaba persiguiendo. Sólo empecé a caminar con una mochila que preparé en cinco minutos en la que llevaba dos pantalontes, tres camisetas, cinco calzoncillos, 3 pares de medias, un cepillo de dientes, una peinilla y una libreta. Con eso y mil dólares que tenía en mi cuenta de ahorros me dispuse caminar la isla. En la libreta realizaba apuntes de los lugares que visitaba, las cosas que veía y sobre las personas que conocía. En un garaje me regalaron un mapa por aquello de que no me perdiera. La verdad es que en ningún momento de mi caminata me vi andrajoso. Nunca alquilé un cuarto de hotel. Siempre dormía en la calle o en algún cuarto que me prestara un buen samaritano, que sin maldad ni interés abría las puertas de su casa para un deambulante. Yo no era malagradecido, siempre ayudaba en las tareas que tuviera el samaritano que hacer ese día. Le acompañaba, le daba conversación y, si necesitaba, cargaba paquetes hasta la casa y luego emprendía camino otra vez.

Una vez conocí a esta señora que decía que su nombre era Rosa, pero me fijé cuando fuimos al supermercado que sus tarjetas decían Clotilde. No es nada de extrañar, pues mi bisabuela también había cambiado su nombre de Basilisa a Alicia, por razones obvias y por una broma que le gastaron cuando niña. Bueno, Rosa me recibió en su casa en Barranquitas como a eso de las seis de la tarde. Era diciembre y oscurecía temprano así que parecía que eran como las ocho de la noche. Yo tenía frío pues hacía cuatro días que llovía y no paraba. Toqué la puerta y para mi sorpresa esta señora abre y tiene un machete en la mano.

- ¿Quién coño es?

- No se asuste señora sólo soy un estudiante universitario que ando caminando la isla.

- ¿Estudiante? Entra, los estudiantes siempre son bienvenidos.

Eso me pareció extraño, ciertamente era un estudiante universitario, pero podía también haber sido un cabrón que se inventó eso para entrar a la casa de la doña. Rosa me preguntó si tenía hambre y yo dije que sí, obviamente. Entonces me sirvió un plato de sancocho con un vaso de Tang de china. Por alguna razón los viejos que he conocido siempre tienen Tang en sus casas. Bueno, Rosa me dio el plato con un buen pedazo de pan criollo y se sentó en la mesa a verme comer.

- Hace muchos años que te he estado esperando, muchacho. La bruja del barrio de al lao' me dijo en el '95 que vendrías. Yo pensé que no ibas a venir na'.

- ¿Qué? Usted me está confundiendo, Doña.

- No, mijo. A mí la bruja me dijo que un día de lluvia iba a venir un estudiante universitario y que tendría en su bolso la cura para mi malestar. Yo tengo unas úlceras en el estómago y casi no puedo comer. Me da un dolor por las noches que no me deja en paz. Tú tienes la cura; yo te doy comida y tú me das la cura.

- Señora, no tengo nada más que ropa, una peinilla, un cepillo de dientes, un mapa de Puerto Rico y una libreta en mi mochila. A menos que una de esas cosas sea medicinal, no tengo nada en la mochila que la pueda curar de las úlceras.

Rosa se quedó bien seria. Ella pensaba que estaba escondiendo la verdad, pero ciertamente no tenía nada más en la mochila, sólo el dinero que me quedaba de los ahorros que saqué. Le dije que podía verificar la mochila, vaciarla en la mesa y no iba a encontrar nada. Para mi sorpresa, lo hizo. Vació la mochila y rebuscó todo lo que había; pero, como le había dicho desde un principio, no había nada ahí adentro.

Terminé de comer el sancocho, que estaba delicioso, y le pregunté si podría dormir en el sofá. Ella me dijo que tenía un cuarto vacío, era de su nieto que andaba estudiando en Mayagüez. "Ojos que no ven, corazón que no siente. No creo que se moleste si no se entera". Era un cuarto bien pequeño, apenas había espacio para la cama y el buró. Yo lo que necesitaba era un lugar donde dormir así que no le di mucha importancia, pero no pude evitar fijarme en lo pequeño que era.

Al otro día, como era ahora mi costumbre, le pregunté a Rosa si tenía alguna diligencia que hacer y si me permitía acompañarla como agradecimiento a la comida y el hospedaje.

- Bueno, si quieres acompáñame al doctor. Me van a chequiar las úlceras pa' ver si están peor.

Comenzamos a caminar a su paso, lento y tembloroso. El sol le molestaba un poco así que con la mano del brazo donde llevaba la cartera se protegía los ojos y con la otra se aguantaba el vientre. Al llegar al pueblo, entramos a la oficina del gastroenterólogo, el doctor Ramírez Soto. Aquella oficinita apestaba a orines viejos y la secretaria tenía como ochenta años. Acompañé a Rosa hasta el mostrador donde había un revolú de expedientes y al final del escritorio una maquinilla Royal del año de las guácaras. Luego de registrase, tomamos asiento en la salita y esperamos que el doctor la llamara.

Finalmente salió este hombre bajito, debía medir unos cinco pies y llevaba en la cabeza una de esas bandas blancas con el espejo que se posiciona en la frente. Parecía una caricatura. Llamó a Rosa para que pasara a su oficina. Ella le dijo que yo le estaba acompañando para que me dejara pasar también. Entramos a su oficina; era pequeña y húmeda por el viejo aire acondicionado que estaba empotrado en la pared. Habían algunas viejas pinturas,de aquellas que muestran paisajes con flamboyanes y casitas de madera que siempre cuelgan en las paredes de las viejas casas que antes fueran de ricos.

- Rosa, tengo malas noticias y buenas noticias. ¿Cuál quieres escuchar primero?

Me molestó la tranquilidad con la que se lo dijo; como si no significara nada que le fuera a decir algo malo.

- La mala, pa' que la buena me anime después.

- Bien, tu condición ha empeorado un poco. Debes mantener una dieta aún más liviana. Te voy a dar una hojita que tiene los alimentos que puedes comer. La buena noticia es que salió un medicamento nuevo para el tratamiento de las úlceras. Es un antibiótico se llama levofloxacin. No estoy seguro de cuán beneficioso sea para tu condición, pero no perdemos nada con intentarlo. Cuesta carito, pero si quieres puedo conseguirte el tratamiento completo por unos doscientos dólares.

- Ay, doctor, yo no tengo ese dinero. Mi nieto está estudiando y yo vivo sola. Lo que tengo casi no me da ni pa' comer.

Vi como la tristeza y la angustia se apoderaron de ese viejo rostro cansado del dolor. Entonces yo le dije al doctor que tenía el dinero. Esta mujer evidentemente sufría mucho por sus dolores. Yo los necesitaba pero, ella más que yo. Fuimos al correo del pueblo y saqué un giro postal, por aquello de tener evidencia en caso de que el doctorcito fuera un estafador. Llevamos el giro a la oficina y Rosa debía regresar al otro día a recoger sus medicinas. El doctor le explicó que podría reclamar el medicamento al plan de salud una vez él le entregara el recibo. Rosa me pidió mi dirección para enviarme el dinero de vuelta pero insistí en que se lo quedara. Fuimos al supermercado a comprar algunas cosas y le llevé los paquetes a la casa. Casi llegando a la puerta comenzó a llover otra vez. Entonces ella empezó a gritar.

- ¡Ay, Dios mío santísimo! Es verdad lo que dijo la condená bruja esa. Tú tenías el remedio en tu mochila... Bueno, el dinero pa' comprar la medicina... Pero es casi lo mismo. Mañana te llevo pa' que te diga el futuro a ti.

- Lamento decirle que me tengo que ir, Doña Rosa. Pero será en otro momento. Tengo que seguir caminando.

La verdad es que ese fajaso de doscientos pesos me lastimó el bolsillo. Pero ciertamente me alimentó el alma. Sólo Dios sabe cuanto tiempo de vida le quedaba a esa señora, pero hasta el día que se muriera comería todo lo que le diera la real gana. Mi abuelo decía: "Las dos mejores cosas que Dios le ha permitido hacer al hombre es comer y dormir; y no me levanten para comer". Ahora que recuerdo, mi abuelo murió durmiendo... C'est la vie.

LA CULPA DE YACOUB




Samir estaba completamente enamorado de su nuevo bebé Aenor. La esposa de Amir, Euriel es de decendencia judía, Samir es palestino. En un mundo como el que vivimos es increíble una situación así; pero cualquier cosa puede suceder en Nueva York.

Samir y Euriel se conocieron en el New York Film Academy. Samir estaba estudiando edición y Euriel dirección. Tuvieron que trabajar en un proyecto juntos y Samir le tocó editar una producción dirigida por Euriel. Samir quedó maravillado con el trabajo de Euriel y pensó "si esta mujer puede hacer que la gente vea el mundo de esta manera, quisiera vivir viendo a través de sus ojos". Samir era un hombre muy tímido; era delgado de ojos grandes y el cabello largo. Usualmente vestía con una camiseta, un mahón y zapatos deportivos. Siempre llevaba con él la mochila en la que cargaba con su computadora portátil, sus libros y una libreta. "No necesito nada más para aprender y trabajar". Euriel era una chica sencilla, nadie sabía lo talentosa que era, sólo Samir. Era la unión perfecta. Una tarde al salir del cuarto de edición, Samir invita a Euriel a cenar y todo comenzó.

No era extraño que luego de unos años se casaran, obviamente por unión civil, pues sus familias no podrían aceptar un ingerto cultural como ese. Pero igual se amaban y siempre estaban ocupados trabajando en una cadena de televisión, así que no había tiempo para esas preocupaciones. Con el tiempo, el éxtasis y el amor concibieron un varoncito hermoso, mal mezclado según sus familias al que llamaron Aenor.

El hermano de Samir, Yacoub, siempre estaba presente en sus vidas. Había aprendido a tolerar a Euriel con tal de compartir con su hermano y poder visitar a su nuevo sobrino. Yacoub, aunque mayor que Samir aún no se había casado y se sentía ahora más presionado a hacerlo, pues su hermanito ya había dado "heredero" al mundo.

-Samir, es hermoso. Pero ese nombre, ¿de dónde lo sacaste? ¿Es hebreo?

-No, celta. Creo que Euriel lo leyó en el periódico.

- ¿Celta? ¿Qué diablos es eso? Pensé que le pondrías un nombre de origen árabe, del origen de nuestros antepasados, no de los de tu mujer.

- Los de ella, los míos... ¿Qué importa? Lo importante es que nació saludable, que crecerá en un hogar de amor, donde no importa de dónde vengamos sino quienes somos, Yacoub.

-¡Bah!

Yacoub se llenaba de celos y preocupación. Sus padres sabían que Samir tenía un hijo, aunque no querían verlo. Su nieto era mitad palestino y mitad judío. Era una mancha en el linaje de la familia. Yacoub tenía que proteger ese linaje, tenía que tener un hijo. ¿Pero cómo? Es difícil para él pensar en el matrimonio y olvidar su pasión por los hombres. Era bien difícil ser homosexual dentro de una cultura tan misógina. ¿Qué alternativas tenía? En una ocasión pensó buscar una esposa que fuera lesbiana para poder tener vidas apartes y no sentirse tan culpable. ¿Pero quién habría de confesar esos deseos tan pecaminosos? Era buscar una aguja en un pajar. Siempre vivía con el temor que su padre lo descubriera. A Samir lo sacó pero a él lo aniquilaría. Finalmente, se dio por vencido y no fue hasta que Samir y Euriel tuvieron a Aenor que sus preocupaciones aumentaron.

Yacoub llevaba muchos años trabajando en el negocio de la familia, una pequeña bodega en Brooklyn. Había estudiado programación de computadoras, pero tuvo que ayudar en el negocio una vez su padre desterró a Samir de sus vidas y por lo tanto de su trabajo en la bodega. Entonces, Yacoub tomó el trabajo de Samir y dejó la posición que ocupaba en una compañía de comunicación móvil. Nada había sido fácil para Yacoub: era homosexual, dejó de trabajar en lo que amaba, trabajaba con su padre y ahora estaba siendo presionado a casarse y tener hijos. ¿Qué diablos pasa en este mundo? ¿Cuándo será que un pobre maricón podrá vivir en paz?
Una noche Samir le pidió a Yacoub que cuidara de Aenor mientras cubrían una filmación en la ciudad.

- ¿Sabes? Encontré lo que significa Aenor. Es un nombre de mujer, hermanito.

- No jodas... ¿Le puse un nombre de mujer a mi hijo? - rió- deja que se lo cuente a Euriel.

- Sí, bueno, no lo celebres tanto.

Yacoub miró a su sobrino. Tan pequeño e indefenso, pero aún así el origen de las presiones de Yacoub.

- Tú no tienes idea de lo que has hecho. Has alterado el balance de la familia. Maldita sea tu madre. ¿Qué importa que pueda dirigir películas y programas de televisión? Es una puta estúpida. Yo sería feliz y podría irme a la mierda si no fuera por ti. ¿Quién te crees? ¿El pequeño príncipe? Seguramente tus padres creen que serás alguien importante y salvarás al mundo, o alguna pendejada así. No salvarás nada, no serás nadie, no...

Yacoub nunca hubiese pensado hacerlo, pero las circunstancias lo pedían. Recordó por un momento el dolor que le causaría a su hermano, pero él nunca debió haberse casado con una judía. Al final era lo mejor... Abrazó fuertemente a su sobrino y lo sostuvo contra su pecho hasta que no lo sintió moverse. ¿Qué había hecho? ¡Había matado a su sobrino! ¿Estaba loco o poseído? ¿Cómo carajo se le había ocurrido hacer algo tan estúpido? Tomó una vida, la vida del hijo de su hermano.

- Alah, ¿qué he hecho?

El silencio lo hizo sentirse solo. No había vuelta atrás, no había salida. Su hermano regresaría y encontraría a su único hijo muerto. Tenía que hacer algo. Se le ocurrió llevar el cuerpito de su sobrino a un hospital y abandonarlo allí. Llevó al bebé en brazos caminando por las calles húmedas de Nueva York hasta llegar a una clínica donde dejó el cadaver y huyó.
La culpa puede ser tan pesada como todas las gentes de la Tierra juntas. Puedes intentar cargarla pero te alenta los pasos y te hace torpe el camino. Ahora la culpa era más grande y pesada que su temor a ser descubierto. Tenía que regresar, tenía que confesar su crimen.
Mientras tanto un enfermero recogió el cuerpo de Aenor y lo lleva dentro del hospital. Con un estetoscopio descubre que el corazón del niño aún late.

-¡Rápido, alguien ayúdeme! ¡Está vivo!

El personal de la clínica se moviliza con rapidez intentando rescatar al bebé del limbo. Lo entuban para facilitar la respiración y lo llevan a tomarle rayos-X para verificar si había sufrido algún trauma.

- Si creyera en Dios, diría que es un milagro. - dijo uno de los doctores- Con este frío y en estas condiciones, no habría sobrevivido. Tienes muchas ganas de vivir, pequeñín.
Yacoub corría como un demente por la calle. Finalmente se detuvo, sacó su celular del bolsillo del abrigo que llevaba puesto y llamó a Samir.

-Samir, maté a tu hijo. ¡He matado a Aenor! No me perdones, no me lo merezco.

- ¡¿Qué?¡ ¿Estás loco? ¿Dónde estás? ¡Dime!

- Olvídate de mí. Dejé su cuerpito en una clínica cerca de la Avenida Atlantic. Búscalo... Adiós

-¡Yacoub! ¡Yacoub! No... No puede ser.

Samir buscó frenéticamente la clínica. Él y Euriel llamaron a todas las clínicas en el área hasta dar con la clínica donde habían recibido un pequeño bebé; pero, para sorpresa de los dos el bebé había sobrevivido.

Samir intentó comunicarse con Yacoub para darle la noticia, pero sólo lograba accesar el correo de voz.

-Yacoub, hermano, contesta. Mi hijo está vivo, sobrevivió. Regresa a la clínica. Podemos solucionar esto.

Pero nunca logró comunicarse con él, jamás lo conseguiría. La culpa puede ser tan pesada como todas las gentes de la Tierra juntas. Tan pesada como para impedir que el cuerpo de un ser arrepentido flote y Yacoub estaba en el fondo del Río Hudson donde nadie lo podría encontrar.