viernes, 15 de febrero de 2008

SOMBRA Y TACONES



Había comprado ese día una nueva sombra para sus párpados. Anduvo todo el Paseo de Diego en Río Piedras con su mejor amiga, una muchacha gordita que había conocido en la universidad. Por alguna razón social, aún desconocida para los estudiosos, muchas gorditas tienen un amigo gay. Él no estaba muy seguro si el color iba con su traje verde, pero la gordita le dijo que era idéntico, y en el fondo su ella lo decía también. El traje verde tenía una corta cola atrás y le recordaba a los trajes que usan las bailadoras de flamenco e inmediatamente se transportaba a su sueño de ser Isabel Pantoja imginándose en su traje verde. Tenía los tacones rojos perfectos para el traje y tenía una peluca que pensaba usar con una peineta roja que le había conseguido precisamente la gordita en el baúl de su abuela española. Todo estaba listo pero faltaba la sombra que buscó en el centro comercial y no encontró; pero, en aquella calle constituida por tiendas olvidadas pero muy famosas en el antaño y harta de baratijas, cualquer mujer podría conseguir lo que necesitaba para existir.

Esa noche no cantaría una canción de la Pantoja, había preparado un espectáculo con una canción de Rosario Flores que se llamaba "Ese Beso". Esa canción era muy sencilla pero le recordaba a un amor que una vez tuvo y nunca olvidaba. "Ese hombre era tan caballeroso y sutil, que el día que me lo metió por primera vez, yo ni me di cuenta hasta que estaba ensaltao' y gozando." Luego de bañarse y aún desnudo, comenzó a colocar sus cosas sobre la cama: el traje, las medias pantijous, los súper aretes gigantescos y el collar de pelotitas rojas de madera pintada. Todo estaba perfecto y eso lo llenaba de calma, pues por herencia de su madre tenía una tendencia compulsiva a la preparación con antelación. Luego de esconder su encanto entre sus piernas y pincharlo con una faja muy versátil que también escondía su vientre poco pronunciado, se sentó frente al espejo de su gavetero y comenzó la transformación. Sacó la recién adquirida sombra y la puso en la superficie de la coqueta. "¡Pero si la gordis tenía razón, es el mismo condenao' verde!" Con una brocha profesional aplicó suavemente la sombra verde en sus párpados y luego la difuminó con una azul turquesa que le roncaba la manigueta. Esa sombra turquesa la consiguió a través de una muchacha que había conocido también en la universidad de la cual estaba eternamente agradecido por haberle conseguido una copia de la producción de Dayanara Torres, former Miss Universe, orgullo puertorriqueño, ex-punching bag de idolatrado cantante de salsa y la mujer más hermosa sobre la faz de la Tierra. Era loc@ con la canción de las gafas oscuras. La sombra turquesa coordinaba perfectamente con la verde y sabía que cuando se trepara en aquella tarima aquellas locas iban a gritar de envidia. Miró por un instante las notas que había preparado para su examen de humanidades, asegurando mantener su enorgullecedor promedio de 3.85, y que repasaba mientras esperaba que se secara el esmalte rojo en sus uñas. "Tanto joderme pintándomelas pa' total quitármelo el domingo." Al momento de ponerse el rimel se fijó que no estaba sobre el gavetero; buscó en el bolso de maquillajes, en la primera gaveta, en la mochila de la universidad y entonces como una revelación del espíritu santo recordó que su madre lo había tomado prestado el día anterior. "Años de educación y experiencia, pero parece que se le olvidó cómo poner las cosas en su lugar." Bien, ahora faltaba el blush color cobre que adornaba sus mejillas trigueñas dándole un aspecto bronce/dorado que la hacían ver como una reina. Pintó sus labios de rojo-puta-pasión, se puso el traje verde-Adela, se colocó la peluca, le enganchó la peineta, agarró los aretes y el collar de pelotitas de madera pintadas de rojo. El paso final y definitivo estaba esperándola. Miró aquellos tacones rojos: eran hermosos. Siempre pensó que lo que hacía tan maravilloso ser mujer era ponerse tacones. "¡Qué bueno que mido 5' 10"!" Se sentía como una niña repitiendo en su mente como cantando: "Tacas, tacas, tacas..." Lentamente deslizó sus pies cubiertos por la sedosa pantijous, ocupándose de sentir como poco a poco asendía como lo hicieron Jesús y María al cielo, hombre y mujer: divinos iguales. Aquellos tacones la hacían ser y hacer lo inimaginable, lo que el mundo llamaba imposible, abominable, repudiable, vergonzoso: "¡Ay, que se jodan!"

Se levanta de frente al espejo una mujer hermosa de cabello negro y largo adornado con una peineta roja de la abuela española, con una sombra verde de mujer que camina y busca para existir, con un traje de bailadora de flamenco, con orgullo de puertorriqueña abatida pero indiscutiblemente bella entre todas las mujeres del universo, con tacones rojos; se levanta frente al espejo una mujer feliz.

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