sábado, 9 de febrero de 2008

EL TESTAMENTO DE CAMILA


Bien, son más de las cuatro de la mañana y no puedo dormir. Pensé en caminar a la orilla de la playa, pero le temo demasiado a la oscuridad y no logré convencer a Tomás de que despertara y me acompañara. En realidad, Tomás ni me escuchó; cuando cae lo hace como piedra. Aún así, me puse a pensar; me dije "Camila, este es el mejor momento para poner en orden tus cosas". Así que por ahí vamos...

Si alguna vez me pasa algo, que resultara en mi muerte, quiero que mi perra Silvana sea entregada a mi hermana Victoria. Ella sabe mucho de perros y seguramente la cuidará bien. En segundo lugar, mi ropa se la dan a mi queridísima amiga Chiara (se pronuncia Kiara, está escrito en gramática italiana) porque es la única amiga que conozco que aprecia mis gustos y viste el mismo tamaño. A Tomás le dejo mi parte de la casa (ja, ja, ja y por supuesto la deuda) y mis equipos electrónicos. Si de casualidad queda algo de dinero, cosa que dudo mucho porque no tengo ni donde caer muerta, llévenlo al orfelinato San Suplicio, esas queridísimas monjas harán lo propio con él. Las monjas son tan buenas con esos niños, ya imaginarán. Por último, todo lo que quede llévenlo al Ejército de Salvación.

Le dejaría algo a mis hijos, pero son unos ingratos... Además, ya la ley proveerá para ellos.

Atentamente,

Camila Ruiz

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