lunes, 25 de agosto de 2008

EL CAMINO DE LOS RECUERDOS



-¡Qué gorda estoy!


-Te ves bien.

-Tú siempre mirándome con los ojos del alma. Soy tan lucky de tenerte comigo. No sé cómo puedes hacer el amor conmigo aunque esté tan gorda. A la verdad que tienes que amarme. ¡Ja, ja, ja!

Siempre que hacían el amor era la misma cantaleta. Jorge ya estaba un poco cansado, por supuesto que su esposa había aumentado algunas libras, pero él también. Es algo dado del matrimonio aumentar unas cuarenta libras, al menos eso es lo que dice la gente en la calle. Linette hacía todo un espectáculo diariamente de lo gorda que estaba, de lo mucho que los embarazos habían afectado su pequeña figura y de cómo no podía creer que Jorge estuviera con ella a pesar de ello. Jorge la quería con todo su corazón, era la madre de sus hijos, ¡por Dios! No entendía su necesidad de repetirlo tantas veces y mucho más cuando hacían el amor.

- ¿Será que ella cree que sentiré lástima por dejarla si me lo repite tantas veces? Está loca si cree que está funcionando; ya hasta se me quitan las ganas de hacerlo pensando que cuando terminemos en vez de besos y caricias me toca la jodía cantaleta esa.

- No te preocupes, Jorge, yo me imagino que eso es algo que le da a todas las mujeres. Ya me tocará con Sharon después que para.

- Disfrútate la luna de miel, Edgardito, que lo que viene después es miel-da. ¡Ja, ja, ja!

- Oye, ¿sabes con quien hablé hace unos días? Con Violeta; ¿te acuerdas de ella?

- ¡Diablo mano sí!

Jorge recordaba a Violeta muy bien. Hace unos seis años trabajaron juntos en una obra teatral. Ella era asistente de vestuario y él utilero. En realidad a él no la atraía Violeta, pensaba que era una chica ordinaria, una nerd; pero era muy educada y agradable, no le pesaba hablar con ella. El día del estreno de la obra, Violeta se arregló como nunca. Era la primera vez que trabajaría en una obra real y no una producción de escuela secundaria. Recién se había graduado del cuarto año de escuela superior y para el trabajo final de la clase de inglés había dirigido una versión escolar de un musical de Broadway. Aunque había trabajado muy duro para el musical, no se comparaba con la emoción de trabajar en una verdadera obra teatral. Esa noche cuando entró por el pasillo del teatro apenas la reconocieron. Llevaba su larga cabellera de rizos suelta, vestida toda de negro contrastando con la blancura de su rostro. Logró impresionarlos, pues tanto Jorge como Edgardo trabajaron con la utilería. Inicialmente, había sido Edgardo quien hizo el acercamiento para salir con ella y durante la duración de la producción tuvieron una pequeña aventura, pero, como todo romance de verano, terminó. Por alguna extraña razón, que tanto Violeta como Jorge desconocen, ellos continuaron hablando. Con las conversaciones telefónicas despertaron pasiones que pudieron controlar por muy poco tiempo: Con un beso confirmaron su temida atracción y vino acompañado de la conciencia, la culpa y el temor. Resolvieron nunca hablarse más y así pasó el tiempo, pero Jorge pensaba en ella de vez en cuando y ella pensaba en él alguna que otra vez.

El que su hermano le hubiese dicho que había hablado con Violeta despertó en Jorge unas extrañas emociones. Esa noche no pudo pegar ojo; se acostó mirando el techo y recordando la exuberante risa de Violeta, sus conversaciones, lo hermoso que cantaba, en fin, todo aquello que le llamó la atención desde el principio. Se preguntó si luego de tantos años todavía lo recordaba, si recordaba aquel torpe beso que se dieron frente a la playa, si era la misma y, si no lo era, qué habría cambiado. Trató de dormir, pero no pudo dejar de pensar en ella. La siguiente mañana le pidió a Edgardo el número telefónico de Violeta.

- ¡Diablo! ¿Y pa qué tu lo quieres, ah?

- Loco, sólo quiero saludarla; no pienses mal.

- Bueno, te lo voy a dar, pero si te pregunta no le digas que fui yo.

- No creo que sea tan pendeja.

Ahora sí que los nervios lo tenían mal. Apenas pudo guardar el número de lo mucho que le temblaban las manos. Tuvo que aprenderlo de memoria para guardarlo luego de terminar de hablar con Edgardo y poder hacerlo con calma.

- ¿La llamo hoy o espero hasta mañana? ¿Qué hora es?

Miró el reloj y eran las 8:13 de la noche.

- No es ni muy tarde ni muy temprano. Creo que la puedo llamar, ¿o no?

Titubeó varias veces, pero tomó su teléfono y la llamó.

- Hello... Hola... No escucho; llame de nuevo.

¡Qué tonto! Tenía que llamar nuevamente, pues si ella le llamaba de vuelta se daría cuenta que no tuvo el valor para contestarle.

- Hello...

- Hello. ¿Violeta?

- Sí. ¿Quién habla?

- Es Jorge, el hermano de Edgardo.

- ¡No puede ser! ¿Cómo estás? Tanto tiempo... ¿Tus nenes están bien? ¿Tu esposa?

- Todos bien acá, ¿y tú?

- Muy bien gracias a Dios. Estoy terminando mis estudios, ahora vivo con mi papá y trabajando. ¡Qué maravilla saber de ti! Oye, me encantaría verte para hablar. Tenemos mucho que contarnos. ¿Qué te parece mañana?

Violeta es demasiado rápida. ¿Sería prudente verla? Bueno, quizás ya ella no se sienta atraída por él. Quizás eso sólo fue un sentimiento fugaz de dos niños. Además, él estaba muy feliz con Linette y no tenía necesidad de serle infiel ni nada por el estilo. ¿Que daño podría hacerle ver a Violeta? No es que irían a un lugar secreto y privado, al menos de eso sí se aseguraría.

- Bien, claro... No vemos mañana como a las 6:00 de la tarde.

- Perfecto, tengo clases hasta las 5:30, así que puedo llegar a cualquier punto en media hora.

- Pues nos veremos en la cafetería que está en la Avenida Universidad.

- Ah, claro... Donde siempre... ¡Ciao!

Al otro día al salir del trabajo llamó a Linette y le dijo que saldría con sus compañeros de trabajo a tomar algunas cervezas.

- Pero, ¿qué hago? ¿Por qué le miento a mi esposa si nada malo va a suceder? Bueno, a lo hecho, pecho.

Se despidió de Linette y tomó el tren hasta la universidad. Hacía mucho tiempo que no pasaba por allí. Habían cambiado muchas cosas, pero el café seguía allí: lleno, como siempre. Entre la multitud de estudiantes filósofos del presente, hablantes de la cultura, la situación social, los gobernantes y las sociedades modernas, vistiendo un traje púrpura con zapatos rojos y accesorios del mismo color, en una mesa de esquina estaba Violeta leyendo unos papeles de su carpeta azul. Estaba más llenita que la última vez que la vio, pero su sonrisa era igual a como la recordaba. Ella levantó la mirada justo a tiempo para verlo caminando hacia ella y sonrió con emoción. Violeta había aprendido a respetar lo ajeno, pero no podía evitar sentir fuertes emociones al ver a Jorge porque lo estimaba con el alma.

- Ven, siéntate. ¿Te pido un café o un refresco?

- No, gracias; ya mismo lo hago. ¿Y qué? ¿Qué cuentas?

- ¡Ay, mijo! Han pasado tantas cosas en estos años que tendré que hacer el súper resumen para que te enteres.

- Tiempo hay.

Violeta le contó de como había vivido con un novio al cual calificó como un artista bohemio enfermo. Él le era infiel todo el tiempo y ella sufría por amarlo. Le contó de cómo decidió dejarlo y regresó a vivir con su padre; de cómo había tenido que pasar hambre y trabajo para poder vivir en las condiciones que aquél hombre la tuvo. En fin, parecía ser toda una heroína, pues logró retomar sus estudios y estaba por completarlos. Jorge le contó de lo mucho que se disfrutaba sus niños; de cómo le hicieron gerente en la compañía para la cual trabajó siempre. Le contó que había comprado una casa y que todo le iba bien, gracias a Dios.

Las horas fueron pasando y la conversación parecía eterna. Había tanto que decir, tanto que contar, tanto que recordar. Violeta se reía en el alto volumen de siempre y Jorge reía de su risa. Aquél sentimiento de satisfacción y complacencia que regía su amistad fue llegando y reconquistando su antiguo reino. Violeta temía que despertaran las emociones y los sentimientos que una vez Jorge le inspiró; y Jorge temía no poder evitar el deseo de abrazarla por un largo rato. Entonces, como era de esperarse, Violeta desgarró el velo de la cortesía.


- ¿Que tal si nos vamos de aquí? Hay mucha gente y mucho ruido. ¿Quieres ir a nuestra playa?

- Vamos.

Lo dijo con tanta certeza que él mismo sintió temor de lo que podría pasar.

Emprendieron el camino hacia San Juan. Ella ofreció llevar su auto por aquello de economizar gasolina. Llegaron al estacionamiento y tardaron un poco en abrir las puertas. Los arropó un breve silencio que parecía eterno. Jorge abrió la puerta y salió del auto primero, mientras Violeta demoró recogiendo su cartera. Caminaron por una corta vereda que llevaba a unos banquillos frente al mar. Era su lugar preferido. Continuaron la conversación donde la habían dejado en el café, como si hubiesen llegado a aquel lugar teletransportados y el tiempo no hubiese pausado. Jorge miró a Violeta a los ojos en un momento dado luego de concluida una de sus estruendosas risas. No pudo frenarse, no pudo detener su impulso y la besó. Violeta correspondió el beso con su máximo intento de ternura. Ella deseaba tanto revivir ese momento, no pudo evitar su reacción.


Un tierno beso se convirtió en otro lleno de pasiones, las pasiones en deseos y antes de poder pensar se abrazaban intensamente.

- Vamos a mi casa.

- Espera. ¿Estás loca? ¡Tu papá vive ahí!

- Está en un viaje de negocios y no regresará hasta el sábado.

Titubeó, lo pensó, vaciló, pero al final accedió. No reconocía la persona que actuaba allí. Era otro hombre. Olvidó sus responsabilidades, olvidó su esposa, recordó el beso, la cantaleta de Linette, lo mucho que disfrutaba de la risa de Violeta: todo aquello vino sobre él.

Torpemente entraron por la puerta de la casa; entre besos y caricias subieron las escaleras que llevaban a la habitación de Violeta. Al entrar Jorge se maravilló era inmensa, llena de libros y cuadros; era un espacio dedicado a la exaltación de las artes; un espacio digno para Violeta. Se arrojaron sobre la cama y de prisa se desvistieron. Era una locura total. No podían detenerse. Hicieron el amor tan apasionadamente, que destellaban luces de sus cuerpos. ¿Cómo no haberlo hecho antes?

Luego del éxtasis, mientras fumaban en silencio un cigarrillo, el teléfono de Jorge timbró. Era Linette, estaba preocupada porque se había demorado más de lo usual y quería asegurarse que todo estuviera bien. La culpa ocupó el espacio del deseo, de las risas y del éxtasis. Jorge no pudo evitar llorar de lo avergonzado que se sentía. Violeta tomó una sábana y cubrió su cuerpo desnudo. Tal como Adán y Eva cubrieron sus cuerpos una vez comieron del fruto del árbol prohibido, así también apresuradamente se cubrieron ambos con las sábanas.

- Ya, no llores. Fue mi culpa. Me iré del cuarto para que te vistas. Esperaré abajo en el carro para llevarte a la estación del tren.

¿Por qué algo tan maravilloso se sentía tan mal? ¿Por qué no podía disfrutar al máximo el flujo de energías y pasiones que sintió con Violeta? Ah, por que no somos dueños del tiempo, por que somos víctimas de nuestras decisiones, por que no destinamos el destino.

Jorge tomó el tren de regreso a su auto. Mientras conducía, lloraba amargamente. ¿Cómo enfrentar ahora a su familia? Había traicionado la confianza de la mujer que más le amaba. Al llegar a su casa, se acostó en su cama, al lado de su esposa. Linette puso su brazo sobre el pecho de su adorado. Él besó su mano, volteó su cabeza y le susurró en el oído un “te amo”. Ella sonrió y le preguntó:

- ¿Cómo puedes amar a esta gorda?

Él pensó:

- ¿Cómo la puedo amar? Violeta...